Colección de arte contemporáneo, Alejo Carpentier

Textos de Alejo Carpentier de su libro Letra y Solfa

COLECCION DE ARTE CONTEMPORÁNEO

La obra de arte constituye el más personal de los A no ser que posea usted el Ko-hi-noor, su brillante es igual a otros muchos brillantes, de la misma talla y de idéntico relumbre, llevados por personas a quienes, incluso, la riqueza no se empareja forzosamente con el buen gusto. Una casa tiene siempre su «doble», como el Sosias de la fábula, en alguna parte del mundo. Y un día descubrirá usted que el paisaje «único» que puede contemplarse desde las ventanas de su salón, tiene una réplica exacta en algún rincón de los Vosgos, o en el litoral que va de Collioure a Peñíscola —tan semejante, por algunas ensenadas, a ciertos rincones de nuestras costas del Caribe.

Con la obra de arte – hablo de la auténtica pintura, de la auténtica escultura – ocurre todo lo contrario. Puede haber lienzos de Degas algo parecidos, por cuanto pertenecen a una misma época, a un mismo tipo de búsqueda, en el pintor; pero no hay dos, en el mundo, que sean iguales. Quien posee un original de Rodin, un simple boceto de Lautrec, un pastel de La Tour, posee una pieza única. Y no es tan sólo el valor intrínseco de esa pieza, su hermosura, lo que le dan un carácter de lujo personalísimo, sino el hecho de que implica su Presencia en una casa y no en otra, ya que un dibujo, un busto, un lienzo, colocados en el recibidor de una residencia nos informa más completamente acerca de la cultura de su dueño, sus aficiones, las inclinaciones de su espíritu, que la explicación detallada que de ello pudiera darnos una persona bien enterada. Situadme en un salón adornado por telas antiguas, embetunadas y suntuosas; ante una pared donde vive un Orozco o un Portinari; en un estudio moderno, tapizado de claro, donde ríe un Matisse por todos los colores de una Odalisca, y os hablaré del carácter, la manera de ser, el tipo de cultura de quien eligió esto en vez de aquello, de quien ha preferido un impresionista a un cuadro de batallas, un pequeño maestro del siglo XXIII a Picasso, un primitivo a un clásico. Y es que, quien se atreve a elegir en materia de arte, hace como una declaración de principios en gustos y se halla    firmemente  apoyado en sus convicciones estéticas cuando dice a sus visitantes en presencia de cuadros y de estaturas «Esto irle me agrada… Con esto embellezco mi vida cotidiana».

Es indudable que mis amigos Josefina e Inocente Palacios embellecen su diaria vida con objetos singularmente estimables, que en el transcurso de estos últimos años, han constituido una admirable colección privada, que podría servir de ejemplo de selección de gusto exigente. Colección del más alto interés, tanto en lo que respecta a la pintura como la escultura. Esta última está representada, en ese conjunto de una sana y sólida modernidad, por dos esculturas de Zadkine – una de ellas, Venus, ejecutada en metal–, un Rodin maravilloso, emparentado con los inmortales Besos, y una Pené tope de Bourdelle, que es una de las piezas más tiernas, más finas, más expresivas, que hayan salido de las manos del maestro.

La colección de pintura incluye piezas de un raro valor, como es un Kandinsky representativo de toda una época del pintor, y un Vlaminck de inusitadas dimensiones – naturaleza muerta, ajena a la serie de consabidos paisajes nevados que, en un tiempo, llegaron a ser un constante leit motiv en su obra. Junto a esto debe admirarse un Chapan de una deliciosa poesía, que es uno de los mejores y más característicos que yo haya visto nunca; una acuarela de Rodin; un pequeño Braque, en el que se encierra todo Braque; un desnudo de adolescente de Suzanne Valadon, y otro desnudo, particularmente suave en su autor, de Marcel Gromaire. Las últimas orientaciones de la pintura francesa están ilustradas en este conjunto por Buffer y Patrix.

Y hay, finalmente, un Joan Miró de grandes proporciones (pintado en 1950) que constituye tal vez el más alto logro de su «manera» actual.

Como puede verse, la colección Palacios ha situado, junto al admirable Reverón que domina un grupo de obras venezolanas, una representación sumamente valiosa — excepcional a veces— de las mejores tendencias plásticas europeas de este siglo.
1 de agosto de 1951.